domingo, 21 de enero de 2007

EL CONDE LUCANOR -CUENTO XI-

Lo que sucedió a un deán de Santiago con don Illán, el mago de Toledo


Otro día hablaba el Conde Lucanor con Patronio y le dijo lo siguiente:
-Patronio, un hombre vino a pedirme que le ayudara en un asunto en que me necesitaba, prometiéndome que él haría por mí cuanto me fuera más provechoso y de mayor honra. Yo le empecé a ayudar en todo lo que pude. Sin haber logrado aún lo que pretendía, pero pensando él que el asunto estaba ya solucionado, le pedí que me ayudara en una cosa que me convenía mucho, pero se excusó. Luego volví a pedirle su ayuda, y nuevamente se negó, con un pretexto; y así hizo en todo lo que le pedí. Pero aún no ha logrado lo que pretendía, ni lo podrá conseguir si yo no le ayudo. Por la confianza que tengo en vos y en vuestra inteligencia, os ruego que me aconsejéis lo que deba hacer.
-Señor conde -dijo Patronio-, para que en este asunto hagáis lo que se debe, mucho me gustaría que supierais lo que ocurrió a un deán de Santiago con don Illán, el mago que vivía en Toledo.
El conde le preguntó lo que había pasado.
-Señor conde -dijo Patronio-, en Santiago había un deán que deseaba aprender el arte de la nigromancia y, como oyó decir que don Illán de Toledo era el que más sabía en aquella época, se marchó a Toledo para aprender con él aquella ciencia. Cuando llegó a Toledo, se dirigió a casa de don Illán, a quien encontró leyendo en una cámara muy apartada. Cuando lo vio entrar en su casa, don Illán lo recibió con mucha cortesía y le dijo que no quería que le contase los motivos de su venida hasta que hubiese comido y, para demostrarle su estima, lo acomodó muy bien, le dio todo lo necesario y le hizo saber que se alegraba mucho con su venida.
»Después de comer, quedaron solos ambos y el deán le explicó la razón de su llegada, rogándole encarecidamente a don Illán que le enseñara aquella ciencia, pues tenía deseos de conocerla a fondo. Don Illán le dijo que si ya era deán y persona muy respetada, podría alcanzar más altas dignidades en la Iglesia, y que quienes han prosperado mucho, cuando consiguen todo lo que deseaban, suelen olvidar rápidamente los favores que han recibido, por lo que recelaba que, cuando hubiese aprendido con él aquella ciencia, no querría hacer lo que ahora le prometía. Entonces el deán le aseguró que, por mucha dignidad que alcanzara, no haría sino lo que él le mandase.
»Hablando de este y otros temas estuvieron desde que acabaron de comer hasta que se hizo la hora de la cena. Cuando ya se pusieron de acuerdo, dijo el mago al deán que aquella ciencia sólo se podía enseñar en un lugar muy apartado y que por la noche le mostraría dónde había de retirarse hasta que la aprendiera. Luego, cogiéndolo de la mano, lo llevó a una sala y, cuando se quedaron solos, llamó a una criada, a la que pidió que les preparase unas perdices para la cena, pero que no las asara hasta que él se lo mandase.
»Después llamó al deán, se entraron los dos por una escalera de piedra muy bien labrada y tanto bajaron que parecía que el río Tajo tenía que pasar por encima de ellos. Al final de la escalera encontraron una estancia muy amplia, así como un salón muy adornado, donde estaban los libros y la sala de estudio en la que permanecerían. Una vez sentados, y mientras ellos pensaban con qué libros habrían de comenzar, entraron dos hombres por la puerta y dieron al deán una carta de su tío el arzobispo en la que le comunicaba que estaba enfermo y que rápidamente fuese a verlo si deseaba llegar antes de su muerte. Al deán esta noticia le causó gran pesar, no sólo por la grave situación de su tío sino también porque pensó que habría de abandonar aquellos estudios apenas iniciados. Pero decidió no dejarlos tan pronto y envió una carta a su tío, como respuesta a la que había recibido.
»Al cabo de tres o cuatro días, llegaron otros hombres a pie con una carta para el deán en la que se le comunicaba la muerte de su tío el arzobispo y la reunión que estaban celebrando en la catedral para buscarle un sucesor, que todos creían que sería él con la ayuda de Dios; y por esta razón no debía ir a la iglesia, pues sería mejor que lo eligieran arzobispo mientras estaba fuera de la diócesis que no presente en la catedral.
»Y después de siete u ocho días, vinieron dos escuderos muy bien vestidos, con armas y caballos, y cuando llegaron al deán le besaron la mano y le enseñaron las cartas donde le decían que había sido elegido arzobispo. Al enterarse, don Illán se dirigió al nuevo arzobispo y le dijo que agradecía mucho a Dios que le hubieran llegado estas noticias estando en su casa y que, pues Dios le había otorgado tan alta dignidad, le rogaba que concediese su vacante como deán a un hijo suyo. El nuevo arzobispo le pidió a don Illán que le permitiera otorgar el deanazgo a un hermano suyo prometiéndole que daría otro cargo a su hijo. Por eso pidió a don Illán que se fuese con su hijo a Santiago. Don Illán dijo que lo haría así.
»Marcharon, pues, para Santiago, donde los recibieron con mucha pompa y solemnidad. Cuando vivieron allí cierto tiempo, llegaron un día enviados del papa con una carta para el arzobispo en la que le concedía el obispado de Tolosa y le autorizaba, además, a dejar su arzobispado a quien quisiera. Cuando se enteró don Illán, echándole en cara el olvido de sus promesas, le pidió encarecidamente que se lo diese a su hijo, pero el arzobispo le rogó que consintiera en otorgárselo a un tío suyo, hermano de su padre. Don Illán contestó que, aunque era injusto, se sometía a su voluntad con tal de que le prometiera otra dignidad. El arzobispo volvió a prometerle que así sería y le pidió que él y su hijo lo acompañasen a Tolosa.
»Cuando llegaron a Tolosa fueron muy bien recibidos por los condes y por la nobleza de aquella tierra. Pasaron allí dos años, al cabo de los cuales llegaron mensajeros del papa con cartas en las que le nombraba cardenal y le decía que podía dejar el obispado de Tolosa a quien quisiere. Entonces don Illán se dirigió a él y le dijo que, como tantas veces había faltado a sus promesas, ya no debía poner más excusas para dar aquella sede vacante a su hijo. Pero el cardenal le rogó que consintiera en que otro tío suyo, anciano muy honrado y hermano de su madre, fuese el nuevo obispo; y, como él ya era cardenal, le pedía que lo acompañara a Roma, donde bien podría favorecerlo. Don Illán se quejó mucho, pero accedió al ruego del nuevo cardenal y partió con él hacia la corte romana.
»Cuando allí llegaron, fueron muy bien recibidos por los cardenales y por la ciudad entera, donde vivieron mucho tiempo. Pero don Illán seguía rogando casi a diario al cardenal para que diese algún beneficio eclesiástico a su hijo, cosa que el cardenal excusaba.
»Murió el papa y todos los cardenales eligieron como nuevo papa a este cardenal del que os hablo. Entonces, don Illán se dirigió al papa y le dijo que ya no podía poner más excusas para cumplir lo que le había prometido tanto tiempo atrás, contestándole el papa que no le apremiara tanto pues siempre habría tiempo y forma de favorecerle. Don Illán empezó a quejarse con amargura, recordándole también las promesas que le había hecho y que nunca había cumplido, y también le dijo que ya se lo esperaba desde la primera vez que hablaron; y que, pues había alcanzado tan alta dignidad y seguía sin otorgar ningún privilegio, ya no podía esperar de él ninguna merced. El papa, cuando oyó hablar así a don Illán, se enfadó mucho y le contestó que, si seguía insistiendo, le haría encarcelar por hereje y por mago, pues bien sabía él, que era el papa, cómo en Toledo todos le tenían por sabio nigromante y que había practicado la magia durante toda su vida.
»Al ver don Illán qué pobre recompensa recibía del papa, a pesar de cuanto había hecho, se despidió de él, que ni siquiera le quiso dar comida para el camino. Don Illán, entonces, le dijo al papa que, como no tenía nada para comer, habría de echar mano a las perdices que había mandado asar la noche que él llegó, y así llamó a su criada y le mandó que asase las perdices.
»Cuando don Illán dijo esto, se encontró el papa en Toledo, como deán de Santiago, tal y como estaba cuando allí llegó, siendo tan grande su vergüenza que no supo qué decir para disculparse. Don Illán lo miró y le dijo que bien podía marcharse, pues ya había comprobado lo que podía esperar de él, y que daría por mal empleadas las perdices si lo invitase a comer.
»Y vos, señor Conde Lucanor, pues veis que la persona a quien tanto habéis ayudado no os lo agradece, no debéis esforzaros por él ni seguir ayudándole, pues podéis esperar el mismo trato que recibió don Illán de aquel deán de Santiago.
El conde pensó que era este un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien.
Y como comprendió don Juan que el cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo los versos, que dicen así:
Cuanto más alto suba aquel a quien ayudéis,
menos apoyo os dará cuando lo necesitéis.

miércoles, 17 de enero de 2007

OCHOCIENTOS AÑOS DEL POEMA DE MÍO CID


El manuscrito conservado del Poema de Mío Cid fija la fecha de su escritura en el año 1245 de la Era Hispánica, es decir, el 1207 de la Cristiana, que es la que se ha universalizado. Por tanto, estamos ante la conmemoración del octavo centenario de uno de los mayores monumentos de la lengua y la literatura castellanas. Castilla-La Mancha debiera apuntarse a esta celebración, aunque no nos pille tan de cerca como el aniversario de la publicación de El Quijote.
La rica tradición épica castellana, de la que dan abundante testimonio las prosificaciones de las crónicas medievales, alcanzó tempranamente su cota más alta con el Poema de Mío Cid.

El Cantar es ante todo la historia de un héroe épico arquetípico que recupera su honra por el esfuerzo de su brazo, es decir, la peripecia de un comportamiento humano enraizado en unas circunstancias históricas, sociales, económicas y humanas concretas, transformadas artísticamente en materia poética. Es la glorificación y mitificación de Rodrigo, pero también lo es de Castilla y lo castellano. Además, con ironía y sentido del humor, busca el rebajamiento moral y social de las clases aposentadas y una glorificación de los de abajo. No conviene hacer esta lectura con un sentido histórico, sino mítico y literario, pues la historia no es nada rigurosa; no hay algo más falso que lo del “juicio de Dios” en Toledo o el episodio del casamiento de las hijas del Cid con los Infantes de Carrión.
El entorno vital en el que se mueve el Cid, desde sus destierros de Burgos hasta la conquista de Valencia, según los relatos del Cantar, engloba tierras de las actuales Comunidades de Castilla y León, Castilla-La Mancha, Aragón y Valencia. Además Castilla-La Mancha, pionera en tratar con rigor los asuntos de “malos tratos”, puede encontrar en el Cantar un caso legendario de este asunto, el que tuvo lugar en el del robledal de Corpes.
El poema merece, cuando menos, el homenaje de su lectura, pues, no en vano, el Cid es uno de los mitos literarios más trascendentes de entre los que España ha aportado a la cultura universal, encontrándose al mismo nivel que el Roldán francés, el Sigfrido alemán, el Aquiles griego o el Eneas romano.
Hay motivos para la lectura y para la celebración.

martes, 9 de enero de 2007

EL LABERINTO DE DON ILLÁN


Si el tiempo puede servir como gran laberito, moviendo y desorientando al protagonista, entonces algunos laberintos pueden ser vistos como senderos circulares. El cuento de Borges El brujo postergado cuestiona la fuerza de la realidad o la contrapone a la fuerza de lo mágico. En el cuento, la jornada, o el laberinto, es dictada por la interacción de la realidad y la magia. Tiende a ser circular el recorrido. Principio y fin se encuentran. En el cuento borgiano, El brujo postergado, traslación del original que se encuentra en El Conde Lucanor, El Deán de Santiago va a Toledo para aprender el arte de la magia del famoso brujo Don Illán. Don Illán acepta enseñarle al Deán, y el Deán le promete a Don Illán que nunca le olvidará. Mientras el Deán estudia, comienza el recorrido fantástico, el sueño. Dos hombres llegan y le dicen al Deán que ha sido nombrado Obispo. Don Illán le pide el deanazgo vacante para su hijo, pero el nuevo Obispo le dice que el puesto lo tiene reservado para su propio hermano. Eventualmente de Obispo llega a ser nombrado Arzobispo y otra vez se niega a darle el vacante obispado a Don Illán para su hijo. Se repite lo mismo cuando el Arzobispo es nombrado Cardenal y hasta cuando por fin llega ser nombrado Papa. Se sucede la negativa. Como Papa, el anterior Deán de Santiago proclama que Don Illán no es más que un brujo y lo manda a la cárcel. Don Illán anuncia que va a regresar a Toledo, y el "Papa", que no es tal, sólo un viaje mágico de la imaginación, se encuentra a pie de las escaleras de Don Illán en Toledo, otra vez Deán de Santiago. Habiendo seguido el sendero de su laberinto circular, el Deán ahora se da cuenta de que su realidad estuvo confundida. Sabe que la magia es más fuerte que la realidad –la magia parecía ser la realidad. Entonces tal vez un sueño puede ser la realidad para alguien y viceversa. Tal vez su jornada fue real, pero ahora que es el Deán de Santiago otra vez, lo que pasó no importa. Pero sí es consciente ante don Illán de su soberbia, su deslealtad y su falta de correspondencia con quien le enseñaba sus saberes. Suyo fue un laberinto en que se borró la linea entre la realidad y la magia. En El brujo postergado el sueño mismo es el laberinto.

OS RECOMIENDO LA LECTURA DEL CUENTO DE BORGES O, MEJOR AÚN, EL DE EL CONDE LUCANOR. ASÍ SABRÉIS MÁS SOBRE "DON ILLÁN EL MÁGICO DE TOLEDO". O, si queréis, me invitáis a cenar unas perdices y lo escucháis de viva voz.

EL AÑO DE FRANCISCO DE ROJAS


Esta año 2007 tenemos el honor de celebrar en Toledo el cuarto centenario del nacimiento del dramaturgo Francisco de Rojas Zorrilla. Su nombre figura al frente del teatro de la localidad y, según tengo entendido, a lo largo del año se va a ir recordando su figura. Lo merece de veras, por lo que fue y por lo que significa su teatro, no en vano fue el gran innovador de la comedia de figurón y ¡hay que ver lo que ha dado de sí en estos cuatrocientos años tal género! Quien quiera profundizar que lea, o vea, si puede, “Entre bobos anda el juego”. Estas comedias de “figurón” eran una variedad de las llamadas de “carácter”, que, en el teatro español del siglo XVII, presentaban un protagonista ridículo o pintoresco.
Además de por lo del “figurón”, que ya sería suficiente para rendirle un homenaje al insigne escritor toledano, Rojas Zorrilla debiera ser celebrado muy expresamente por el Instituto de la Mujer, pues parte de sus obras se caracteriza por singulares y arriesgadas temáticas poco frecuentes en su tiempo, como fueron las de reivindicar, no sólo el honor, sino la condición de la mujer, a la que concede por primera vez en el teatro libertad de acción, permitiéndole ser vengadora por sí misma de su honor mancillado, y no a través de familiares cercanos. Para muestra de lo que digo puede leerse la pieza “Cada cual lo que le toca”, obra que recibió la repulsa de un público que no estaba acostumbrado a semejantes desenlaces.
A Rojas Zorrilla hay que celebrarlo, además de por lo dicho, por ser un excelente autor trágico, cómico y religioso, y en algunas de sus comedias, como “La vida en el ataúd”, se puede considerar “tremendista”. Sus piezas, en lo trágico, presentan una violencia casi romántica en los finales con abundante sangre. En lo cómico, las obras son de enredos hábiles y acciones animadas con mucha gracia y abundantes travesuras;
“Abre el ojo” es un buen regalo en este tema, que esperemos que se reponga en la versión que hizo Paco Plaza. En lo religioso, escribió varios autos sacramentales siguiendo a Calderón en argumentos y motivos, así como comedias de santos, que, según mi criterio, ponen de manifiesto la indiferencia de Rojas por estos temas.
Esperemos que Toledo, en la efeméride, no sólo recuerde a este hijo predilecto, sino que lo reivindique, lo actualice, lo enaltezca y lo represente.