lunes, 30 de noviembre de 2015

"El médico de su honra", la mujer como víctima del honor y los celos

Título: El médico de su honra. Compañía: Teatro Corsario. Versión y dirección: Jesús Peña. Intérpretes: Ana Isabel Rodríguez, Carlos Pinedo, Julio Lázaro, Luis Miguel García, Rubén Pérez, Rosa Manzano, Borja Semprún y Teresa Lázaro. Escenografía: Teatro Corsario. Vestuario: Olga Mansilla. Iluminación: Javier Martín del Río. Música: Juan Carlos Martín.


Teatro Corsario ha representado en Toledo la obra de Pedro Calderón de la Barca, El médico de su honra, uno de los dramas de honor más sólidos del autor barroco.
            Vaya por delante la alabanza al excelente trabajo dramatúrgico que presenta Jesús Peña que ha simplificado con mucho mérito las didascalias propias del barroquismo calderoniano y nos podemos imaginar perfectamente los espacios dramáticos en los que se desarrolla la acción. Excelentísima y magistral es la interpretación del conjunto de actores y actrices, con unos sobresalientes Carlos Pinedo, en el papel de don Gutierre, y Ana Isabel Rodríguez en el de doña Mencía; creo que ambos, él y ella, han entendido muy bien que lo teatral radica en la interacción de elementos (signos o códigos) que funcionan en dos discursos (el dramático y el espectacular). Da gusto oírles a recitar el verso sonoro y las frases tan abundantes de recursos retóricos; asombra lo estudiado del gesto, de las posturas, de los movimientos y del juego escénico que tan bien complementan la acción que se cuenta y representa; y conmueve la verosimilitud que todos ofrecen de las emociones cambiantes que  los personajes revelan, salvando quizá el más plano del infante don Enrique.
            De El médico de su honra podremos hacer todas las lecturas que creamos convenientes para considerarla como una obra que pueda tener un trasunto con la realidad actual. En las piezas dramáticas de Calderón mueren mujeres, en la actualidad también. No creo que esta eduque en nuestro presente. Es teatro, pero no olvidemos de contextualizarlo en su época. En El médico de su honra, el tema central, los celos y la limpieza sangrienta del honor manchado por la esposa (que aquí es una suposición pues ella es totalmente inocente), eleva al autor a la cima más desaforada de la exaltación casticista. Tenemos el planteamiento del conflicto: el triángulo amoroso entre el caballero Gutierre Alfonso Solís, su esposa, Mencía, y el hermano del Rey, el infante Don Enrique; la relación entre ellos llevará a un desenlace casi grotesco, si lo consideramos con los ojos de la actualidad. Aquí, como en todo el teatro calderoniano, los maridos son seres complejos, atormentados y conflictivos, sujetos a la rigidez del honor-opinión y a unas contradicciones evidentes. Claro que podemos ver la obra hoy, pero sin hacer mucha sociología ni parangón con la actualidad. Tenemos que ser conscientes de que en el escenario se está representando a unos personajes neuróticos capaces de razonar y argumentar, como hace don Gutierre, acerca del callejón sin salida en que el casticismo les ha colocado: los personajes son incapaces de escapar de la opresiva red ideológica expresada en el código del honor (de su época), del autoritarismo patriarcal de la institución del matrimonio y de dejar de considerar a la mujer como objeto poseído, personal e intransferible. Eso es Calderón. Quizá de aquellos polvos no superados vengan algunos lodos-lacra que aún se manifiestan en nuestra sociedad.

            El médico de su honra no es nunca un divertimento, por más que aparezca un personaje gracioso, Coquín, (muy bien encarnado por Luis Miguel García) que intente desdramatizar un poco las digresiones conceptuales que el autor permanentemente plantea. Podemos y debemos ir a buscar algunos conceptos más allá del honor (que es lo aparente en la obra y en la propuesta  de Teatro Corsario) y a buen seguro descubriremos que, además de la cuestión obvia del honor, hay otros factores sociales que subrayan las actitudes masculinas hacia la mujer, actitudes que conducen, en situaciones límite, a la deshumanización y la consiguiente victimización de la mujer. Calderón siempre pone de manifiesto que, aún con la protección masculina, las mujeres serán victimizadas por la dominación y el exceso de los hombres, y en el caso de doña Mencía, en la obra que comentamos, esta protección masculina (mal entendida) en realidad le causó la muerte.

            He escrito estas consideraciones y en modo alguno descalifico el teatro barroco, que es perfectamente representable y si, además se hace con la dignidad, la profesionalidad, el respeto a la cultura y la pasión con que lo hace Teatro Corsario, el aplauso es sobradamente merecido. Aplausos y bravos es lo que el público que llenaba el Teatro de Rojas dedicó al buen trabajo y la buena interpretación que nos ofrecieron.

domingo, 22 de noviembre de 2015

"Tres hermanas" de Anton Chejov. Entre la realidad y el deseo.


Título: Tres hermanas. Autor: Anton Chejov. Compañía: Teatro Guindalera. Dirección: Juan Pastor. Intérpretes: Victoria Dal Vera, María Pastor, Ariana Martínez, Susana Hernáiz, Aurora Herrero, Raúl Fernández, Juan Pastor, José Bustos, José Troncoso, José Maya y Carles Moreu. Dramaturgia y espacio escénico: Juan Pastor. Espacio sonoro: José Bustos y Escuela de Nuevas Músicas. Vestuario: Teresa Valentín-Gamazo. Iluminación: Sergio Balsera. Producción: Fran Ávila.

El teatro de Chejov se conforma como un mosaico de situaciones cotidianas que retratan la abulia y la tristeza de la sociedad de su tiempo y, a su vez, muestra el deseo de cambio de las personas para encontrar una vida mejor.
            En «Tres hermanas», el autor, por medio de lo que ocurre en la casa de la familia que protagoniza la obra, señala el profundo malestar de un pueblo (Rusia en su caso), vacilante entre la resignación y el presentimiento de una próxima tempestad. Algunas frases de sus personajes dan a este drama la importancia de un documento histórico: «Ha llegado el tiempo en que va avanzando hacia nosotros algo formidable; se está preparando una fuerte y sana tormenta… que borrará de nuestra sociedad la pereza, la indiferencia, la prevención contra el trabajo y el podrido aburrimiento… Trabajaré, y dentro de treinta años todos trabajarán, ¡todos!», dice Tusenbach, el oficial que ama a Irina, la más joven de las hermanas. Al final de la obra el trabajo es casi un grito, pues para Chejov, el trabajar es el gran secreto; expiar con un trabajo infatigable, los siglos de ignorancia, injusticia y miseria que oprimieron al pueblo.

            En ese eje se mueven Olga, Masha e Irina, las tres hermanas que dan título a esta obra y que, junto a su hermano Andrei, forman una familia venida a menos pero que cuenta con una casa grande y confortable, donde se tiene por costumbre organizar reuniones sociales y recibir a militares en sus momentos de distracción. Pero la gran aspiración para esta familia es irse a Moscú, que para ellos es el símbolo de una vida mejor. Sin embargo, el tiempo pasa, entra en escena la prometida y luego esposa de Andréi, que se adueñará de la situación, el propio Andrei, por deudas de juego, hipoteca la casa, los amantes o mueren o se van, los deseos no se concretan y se termina por respirar un cierto fracaso cuyo único consuelo es el trabajo. En el fondo, la frustración va a ser la compañera de las vidas de estas mujeres, que son presas de su propia condición de mujer y de su situación social.
            «Tres hermanas» es una pieza clásica, compuesta hace más de un siglo, pero que aún tiene vigencia porque trata temas universales: el paso del tiempo, el recuerdo de los que nos precedieron, los anhelos y los sueños incumplidos, la monotonía y el aburrimiento de la vida gris y sin horizontes, el matrimonio de conveniencia como única salida para algunas mujeres, las relaciones familiares conflictivas, el amor y desamor…
            En la propuesta escénica que hace Teatro Guindalera se respeta las esencias de Chejov, aunque se permiten las licencias teatrales oportunas para que las situaciones puedan servir como símbolos en el mundo actual. El espectáculo lo podemos analizar como si de un cuadro impresionista se tratara; se suceden pinceladas de la cotidianeidad de una vida anodina, como si fueran colores que no tienen relación entre ellos. Pero si con reflexión nos alejamos un poco y miramos el conjunto mejor, recibimos la impresión extraordinaria de encontrarnos frente a un cuadro claro e indiscutible. En esa creación que da unidad a la diversidad es en la que vemos el excelente trabajo creativo del grupo y la extraordinaria labor del director/pintor, Juan Pastor, que logra un cuadro teatral pleno de arte.
            Es de valorar el amplio elenco y el gran esfuerzo colectivo que supone levantar sobre las tablas hoy, en tiempos de escasez, espectáculos como este. La producción y la manera de «producir en compañía» es una experiencia que se debiera contar con amplitud.
            Es preciso destacar un montaje bello y poético, realizado con esmero, donde se han cuidado todos los detalles escenográficos, desde los trabajados figurines a la iluminación adecuada o el acierto en la elección de la música que ha acompañado como un marco más el desarrollo de diversas escenas.

         Hablar de buen teatro es hacerlo, además del texto y la dramaturgia, de la interpretación. Los once actores y actrices han estado fabulosos. Ahora bien, hay papeles que se prestan más al lucimiento; en esta obra los personajes femeninos están más elaborados y viven momentos muy emotivos, especialmente las tres hermanas, educadas en una intelectualidad ociosa, que contrastan sus diferentes caracteres, atormentados a veces, pero tienen una idea común: huir del entorno en el que viven y manifestar el deseo de ir a Moscú donde piensan materializar sus sueños. La fuerza interpretativa de María Pastor dibuja una Masha llena de matices; la versatilidad de Victoria Dal Vera logra una Olga estoica y verosímil en las cambiantes situaciones en las que se mueve; Ariana Martínez perfila una Irina que domina con angelical razón el sistema de relaciones personales. Perfecta Susana Hernáiz interpretando una Natacha que equilibra la tímida entrada en la familia con el cinturón que desentona, que evoluciona a lo largo de la obra y termina imponiendo su dominio y su carácter a todos los demás. Aurora Herrero, siempre en su sitio, encarna a la marginal Afinsa con naturalidad y con algunos momentos de sublime emoción. A los hombres, el autor les reserva un papel de títeres, pero son necesarios; y hay que ser muy profesional para representar elementos humanos casi coreográficos en este drama; Raúl Fernández (Andrei), Juan Pastor (Chebutikin), José Bustos (Tusenbach), José Troncoso (Soliony), José Maya (Kuliguin) y Carles Moreu (Vershinin), aunque el contenido de sus papeles sea menor, su interpretación es sobresaliente.

            Hemos visto un clásico en el teatro de Rojas que quizás se hace un poco largo, pero que ha sido aplaudido con entusiasmo por el público que llenaba el recinto.

domingo, 15 de noviembre de 2015

¿Yo qué hago para mejorar el mundo?


Es evidente que el mundo no está bien hecho. No es verdad que no pase nada. El antiguo mito religioso cristiano ya nos avisa de que los dos primeros hermanos tuvieron más que palabras, o al menos uno de ellos pasó de de sus pensamientos a las manos y, con una quijada de burro, ¡el muy asno! mató al otro. Si esos fueron los principios, ¿cómo nos vamos a asustar hoy de que en París o en Ankara o en Beirut haya ocurrido lo que ha ocurrido en estos últimos días? Nos repatea pero aquí pasó lo de siempre, murieron cuatro romanos y cinco cartagineses. Y los demás, los que no estamos en el foco de esa violencia, jugamos a la impostura, a la condolencia, a la pose, a la lágrima de cocodrilo, a rompernos la camisa haciendo aspavientos, a lo que sea para salir en la foto y en las redes. Pero ¿qué hacemos cada día cada uno de nosotros para que este mundo que no está bien hecho, porque los dioses se debieron descuidar un poco, sea algo mejor? Declaraciones de un día hacemos. Poco más. Mañana olvido. Hay mucho trabajo por delante tras tanta impostura. Habrá quienes ahora tengan deseos de matar todo lo que se mueva, a toda persona que piense distinto, incluso apuntando a la cabeza de los fanáticos. Yo no iría por ahí. Primero me preguntaría: ¿quién arma a los que han vaciado su cabeza de razones humanas? Acaso se encuentre entre nosotros quien se lleva el diez por ciento. Yo no reprimiría el pensamiento, ni prohibiría nada que impida la libertad, pero tendría más cuidado para que no se organicen estos pueblos y estas gentes que tienen gangrenada la mente. En los valores debemos creer todos los días, no solo el posterior al atentado en que nos “imposturamos” llenos de pésame y lágrimas para la foto. La libertad, la democracia y la tolerancia tenemos que defenderlas actuando, y quien más poder tienen más tienen que hacer para que estos valores comunes se respeten. Valores y palabras. Mas la palabra puede ser también engañosa, y servir para lo contario de lo que, idealmente, debe ser utilizada; por eso encontramos que muchas veces estamos utilizando una palabra pervertida, desvirtuada y convertida en instrumento de confusión y engaño. También se echa con frecuencia mano de los dioses. Vamos a dejar los dioses a un lado. Ellos, se llamen como se llamen, no se meten en estos barullos. Y si existen y algo hicieron bueno, entre ello está el darnos el libre albedrío, que es algo maravilloso en lo que algunos que mucho pían entre nosotros no creen. Y más allá de los valores y la incomunicación o la comunicación falaz, en el fondo de las sociedades trágicas y desiguales que en el mundo habitan está el fetichismo del poderoso dinero, que aumenta el valor de las cosas y disminuye el de los seres humanos, a los que cosifica. ¡Horror! ¿Quiénes son los dueños del dinero? Un siniestro refrán afirma que “Sobre dinero no hay amistad”. ¡Cómo vamos a predicar tanto los valores! Quizá en esta desigualdad creada por el dinero está la base de fanatismos ideológicos y de violencias. Por eso, me sigo preguntando ¿qué hago yo para mejorar el mundo? Y con poca esperanza me respondo: lo que otros acaso, croar como las ranas.

sábado, 14 de noviembre de 2015

“Celestina, la tragicomedia”, un clásico muy moderno


Título: Celestina, la tragicomedia. Autor: Fernando de Rojas. Versión y adaptación y dirección: Ricardo Iniesta. Compañía: Atalaya. Intérpretes: Carmen Gallardo, Raúl Vera, Silvia Garzón, Manuel Asensio, Jerónimo Arenal, María Sanz y Lidia Mauduit. Vestuario y escenografía: Equipo de la Atalaya. Iluminación: Alejandro Conesa. Música: Luis Navarro. Producción: Ángela Gentil.


Atalaya ha logrado una Celestina moderna y creíble con la sólida base del respeto a los ejes conceptuales del texto original y la creación de una dramaturgia imaginativa, en la que ha destacado el gesto y movimiento de actores, la ocupación del espacio, la funcionalidad de los elementos, una antológica iluminación y una interpretación desenfadada que ha roto los moldes habituales del teatro clásico.
La puesta en escena de Celestina, la tragicomedia, como obra coral, pretende ser un espectáculo total que integra en la representación la expresión corporal, la voz declamada y cantada, el ballet y el movimiento continuo de la escenografía que conforma un todo simbiótico con el grupo de actores.
Es muy perceptible el argumento básico de La Celestina, la obra original, en el que el joven y rico Calixto se enamora arrebatadamente de Melibea y consigue los favores de la dama con la intermediación de la “puta vieja” Celestina. Una noche, tras la visita clandestina y gozosa al jardín de Melibea, Calixto muere al caer por las tapias del huerto; Melibea, incapaz de vivir sin su amante, se suicida.
En esta adaptación teatral se pierden muchos matices del realismo crudo y social del original, pero aún podemos darnos cuenta de que los personajes tienen conciencia de sí mismos y de su valor como personas, que tienen una voluntad imperativa de vivir y actuar. Nos hacen ver que la realización del ser humano se consigue gracias a la acción, que se traduce no solo en el ansia y el goce de vivir, sino también en la intensidad de este. Podríamos decir que los personajes viven con prisa y que, por ello, los protagonistas (Celestina, Calixto, Melibea, Pármeno y Sempronio) “madrugaron a morir”. Y es evidente cómo el sistema de relaciones de la sociedad que representan fracasa ante el fetichismo y la realidad del dinero, lo que, al fin, desencadenará la tragedia.

Sin entrar en demasiadas profundidades, esta propuesta, con su excelente dramaturgia, conforma un espectáculo total que llega muy bien a públicos muy diversos y especialmente al joven. El montaje, con una plástica extraordinaria, que en momentos nos recuerda el dibujo animado y hasta el “manga” japonés, es muy idóneo para difundir un clásico tan complejo y clave como es La Celestina.
Muy interesante el trabajo de Ricardo Iniesta para dirigir una pieza que se distingue por un ritmo apresurado en la acción, unos actores que hacen uso de permanentes cambios de registro y una escenografía modular que es como un personaje más. Excelente trabajo interpretativo de conjunto, del que hay que entresacar a Silvia Garzón que encarna una Melibea poderosa, que sabe distinguir y mostrar con su voz y con su gesto los estados emocionales de un personaje que cambia su psicología según avanzan las acciones de la obra; y una sobresaliente Carmen Gallardo, que compone una Celestina rica de matices y que con su sola presencia es capaz de llenar y dominar toda la escena.
Quizá haya algunos elementos discordantes que chirrían un poco: la música en ocasiones impide entender el texto (el ejemplo más evidente es el monólogo final de Melibea, que es clave para comprender la ideología esencial de la obra), las letras de las canciones no se captan (bien es cierto que algunas se cantan en idiomas no castellanos) y no se termina de saber qué papel tienen en la representación (la canción final, tras el planto de Pleberio, probablemente a la dramaturgia del espectáculo le aporte algo que el director sí tiene interiorizado, pero que al conocedor de La Celestina le sobra); el personaje de Lucrecia está exagerado en la memez y el de Centurio rompe el equilibrio con una sobreactuación exagerada; por el contrario, Calixto presenta un talante bastante plano, casi de puro “amor cortés”, por más que su comienzo tenga una dicción mecánica y poco natural, aunque crece positivamente en el desarrollo de la obra.

De Celestina, la tragicomedia que nos ha ofrecido Atalaya se puede concluir que es “un clásico muy moderno” que encanta al público, que enseña y divierte, y que deja tan buen sabor de boca que dan ganas de volver a verla otra vez. En la representación escolar mañanera, los alumnos y alumnas que acudieron al Teatro de Rojas aplaudieron con ganas una puesta en escena de las que sirven para hacer adeptos teatrales entre los jóvenes. En la presencia vespertina para el público en general, las personas que llenaban la sala también mostraron su efusión con las palmas y se adivinaba en sus rostros la satisfacción de haber pasado un buen rato.