domingo, 13 de noviembre de 2016

Memorable representación de La ruta de Don Quijote en el Teatro de Rojas

Título: La ruta de Don Quijote. Autor: José Martínez Ruiz “Azorín”. Versión y dirección: Eduardo Vasco. Compañía: Noviembre. Intérpretes: Arturo Querejeta (Azorín) y Daniel Santos (técnico en escena). Escenografía, ilustraciones en vídeo y vestuario: Carolina González. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Música: Granados, Ortiz, Shostakovich y Vasco.

 Quizá Azorín, quizá Cervantes, quizá don Quijote, sin quizá Arturo Querejeta. Todos en uno, el actor, con toda la mar (producción y dirección) detrás, que ha construido un monólogo espléndido para representar, que no contar, buena parte de las impresiones y estampas manchegas que nos dejó escritas José Martínez Ruiz “Azorín” en su libro de 1905 La ruta de Don Quijote y antes publicadas en el diario El Imparcial.

            La sociedad y la geografía manchega, el paisaje y el paisanaje se cruzan con la ficción del libro de Cervantes en los textos, que, de forma sencilla y limpia y con un estilo que rechaza lo complejo, Azorín escribe, y en los que refleja lo que ve, lo que piensa y lo que siente. No es este libro de crónicas en sí, sino una reflexión sobre una realidad que aprisiona la esencia de un ideal o de un personaje ideal.
            La versión que ha realizado Eduardo Vasco para el teatro, en forma de monólogo de un actor que da vida al propio Azorín en su ruta y a los personajes con los que se encuentra en ella, es sintética, precisa y muy respetuosa con uno de los valores que más ensalzan la literatura de Azorín: la variedad y la riqueza de vocabulario y las detalladísimas descripciones. Si el autor de Monóvar había logrado casar para siempre La Mancha con Don Quijote, Vasco da un paso adelante y vivifica en el presente un texto con cien años de vigencia. Azorín y Vasco han sabido superar, sin caer en romanticismos o sentimentalismos rancios ni en optimismos desmesurados, tradicionales visiones de La Mancha como un espacio desolado, triste, seco, árido, inculto y casi fúnebre. Aún así, el respeto a lo verosímil hace que se presente al espectador un retrato fiel de la España rural y provinciana de la época (principios del siglo XX), donde el aislamiento y la incomunicación eran elementos consustanciales a los paisanos y la decrepitud decadente la característica de muchos pueblos.
            La realidad es la que es y la ficción toma carta de naturaleza en esa realidad de manera indisociable. La ruta que se nos muestra, con palabra de Azorín y la voz de Querejeta, es la de la dignidad que el tópico había arrebatado a los seres con los que el autor se había encontrado en su viaje.
            Hay que agradecer que se produzcan montajes como este que ha llevado a escena la compañía Noviembre por su valentía para adaptar unas crónicas/impresiones periodísticas de primeros del siglo XX y darles una estructura dramática con el fin de ponerlas al alcance de público de hoy. Eso es hacer cultura y eso es enseñar deleitando.
            No sorprende, porque ya estamos acostumbrados al teatro de este director, cómo Eduardo Vasco ha sacado el máximo rendimiento con el mínimo de elementos. También eso quizá sea una parábola de lo que es La Mancha como territorio ente la realidad y la ficción. La dirección del espectáculo es exquisita: el carácter itinerante de la obra es una clave que traslada literalmente el viaje realizado por Azorín a través de los caminos y lugares por los que transita el ingenioso hidalgo, Don Quijote.

            Y no asombra, pues fascina, que esta apuesta teatral sea exitosa también en buena parte por el portentoso actor que la da vida, Arturo Querejeta, al que ya va siendo costumbre definir su trabajo con suma de adjetivos superlativos. El actor se transforma en un Azorín muy verosímil y muy creíble y se desdobla sin solución de continuidad en una interminable relación de personajes que sucesivamente aparecen y van dialogando con él. Es muy placentero para el espectador asistir a esa exhibición de recursos interpretativos, voces diferentes y registros tan variados como los que presenta el monologuista.
            La puesta en escena parece sencilla porque cuenta con muy reducidos elementos, pero muestra su complejidad para articular el muy efectivo uso del cine y las proyecciones fotográficas de imágenes reales con el fin de contextualizar lugares en los que se desarrolla la acción. La música es un efecto positivo más del que Vasco, músico también él, hace gala, pues como dijo Cervantes, “donde hay música no puede haber cosa mala”.
            La ruta de Don Quijote, de Azorín/Vasco/Querejeta, es un espectáculo dignísimo, fino, educado y nada mentiroso, que pone de manifiesto la necesidad de profundizar en el conocimiento de la obra cervantina y su mensaje en la sociedad actual. La obra viene a concluir: nada en Cervantes es baladí y debemos atender a todo lo escrito por él, puesto que no da puntada sin hilo.
            En este año de celebraciones del IV Centenario de la muerte de Cervantes, obras como esta, La ruta de Don Quijote, tan ilustradora a la vez que ilustrativa, tiene todas las razones y argumentos culturales y educativos para girar por los escenarios de Castilla-La Mancha y España.

El retablo de las maravillas

Título: El retablo de las maravillas. Autor: Miguel de Cervantes. Compañía: Morfeo. Dirección y dramaturgia: Francisco Negro. Intérpretes: Francisco Negro, Mayte Bona, Felipe Santiago, Adolfo Pastor, Santiago Nogués, Mamen Godoy y Joan Llaneras. Escenografía: Regue Fernández Mateos. Vestuario: Mayte Bona. Iluminación: José Antonio Tirado.

La compañía Morfeo rinde un excelente homenaje a Cervantes y da un valor actualizado a su obra con el montaje del espectáculo que lleva por título El retablo de las maravillas, que es mucho más que la representación del fantástico entremés sobre el que gira esta propuesta escénica. A la pieza central se unen, en una trama muy bien hilada por Francisco Negro, partes de otras obras como (cito de memoria sobre el recuerdo de lo visto) El juez de los divorcios, La elección de los alcaldes de Daganzo, Pedro de Urdemalas, el prólogo del Persiles o el propio Quijote, creando un collage que ofrece claves y diversos momentos de la literatura cervantina.
            Cervantes sentía mucho aprecio por su producción teatral, pues el teatro fue, sin duda, su vocación frustrada. Buen conocedor de la sociedad de su tiempo y fino analista de la misma, escribió textos que conjugan a la perfección el humanismo y la crítica social. De entre todos estos textos dramáticos, los entremeses, que conforman el corazón de la propuesta escénica de Morfeo, son lo mejor, y se puede decir que a Cervantes nadie le superó en este género, que le permitió dar rienda suelta a su naturalidad y sentido del humor.
            Morfeo ha sabido captar la esencia cervantina y ha hilado una dramaturgia interesante, entretenida, divertida, reflexiva, crítica y educativa con estos cuadros de género, llenos de vida, por donde pasan personajes que parecen salidos de la picaresca, a veces, sin que la fidelidad a lo popular sea obstáculo para que se ejerzan las dotes de penetración psicológica que les caracteriza. Cervantes así lo escribió y Morfeo así lo ha sabido llevar a las tablas.
            Huelga decir que El retablo de las maravillas es el más conocido de todos los entremeses. Este texto traslada al ambiente español del Siglo de Oro un viejo tema literario que ya usara Don Juan Manuel en El Conde Lucanor: Dos pícaros fingen representar un retablo que solo puede ver quien sea limpio de sangre (cristiano viejo) y  no sea hijo ilegítimo. El resultado es que todos pretenden ver los títeres inexistentes.
            Morfeo no se queda en el juego efectista, en el humor fácil para provocar la risa, sino que se compromete, reflexiona, critica, enseña y deleita a la vez. Han captado perfectamente la ironía de Cervantes, su risa amarga, que permite reírnos de nosotros mismos y de cosas que, en principio, no parecen tener ninguna gracia, y la llevan a la acción, a la representación y consiguen una teatralidad que el mismísimo autor aplaudiría.
            En este collage teatral que ha compuesto Morfeo se pone de manifiesto la vigencia de la obra cervantina, puesto que se defiende la justicia y la honestidad y se censuran vicios de entonces y de ahora, como la hipocresía, la envidia, la mentira, la vanidad, la prevaricación o la ineptitud de los cargos públicos y su carácter interesado y la corrupción que generan y constituye su modus vivendi.
            En estos tiempos en los que estamos acostumbrados a los espacios teatrales casi vacíos, donde se representan con muy escasos elementos, Morfeo tiene la genialidad de proponer una escenografía basada en Picasso y esencialmente en imágenes relacionadas con el famoso Guernica. Y no solo la escenografía, sino también los figurines de Chanfalla y Chirinos (los dos pícaros del Retablo) son tal cual dos arlequines picassianos coloristas en un conjunto general de grises, blancos y negros. La convivencia del universo del pintor cubista con los textos manieristas de Cervantes es perfecta, compone una estética contemporánea y crea una emoción cultural que supera las barreras del tiempo y del espacio, a la vez que produce un ambiente bello, cálido, emocionante y divertido.
            En un teatro de texto clásico, como es este, importa que se diga bien, que se maticen los detalles y que lo que se dice esté en correlación con lo que se hace, pues todo comunica, aunque quizá fuera preciso algo más de frescura y movimiento, algo más atrevido que casara mejor con la excelente idea escenográfica.
            Es destacable la actuación del conjunto de actores y actrices, que componen un grupo equilibrado, si bien los arlequines, Francisco Negro y Mayte Bona, tienen una presencia más apreciable y vistosa. Así mismo, sobresale Joan Llaneras encarnando las figuras de Cervantes y don Quijote, pues su presencia supone una sorpresa en la obra y pone un contrapunto severo y sentencioso en la representación, a la vez que ilustra al público con la correcta y bella declamación del autorretrato de Cervantes, el discurso de la Edad de Oro del Quijote o la conocida exaltación de la libertad.
            Es evidente que el espectador disfruta con la enorme comicidad de la obra que han tejido con los textos cervantinos (y con algunas morcillas que definen realidades muy reconocibles de nuestro tiempo) y especialmente con el carácter caricaturesco e histriónico de los personajes que desfilan en las diferentes historias que se representan, y, agradecido, aplaude con entusiasmo el buen trabajo realizado.

            Celebrar el centenario de la muerte de Cervantes es esencialmente, fuera de otros folclores –que de Cervantes solo tienen el nombre-, hacer presentes sus obras, leerlas o representarlas. Morfeo así lo ha entendido, y su digno y bien pensado espectáculo bien puede recorrer La Mancha, España y el mundo honrando como se debe a uno de las autores más universales de la Literatura.

sábado, 5 de noviembre de 2016

¡Mi reino por un caballo! Ricardo III: el poder sin escrúpulos

Título: Ricardo III. Autor: William Shakespeare. Versión: Yolanda Pallín. Compañía: Noviembre. Dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Arturo Querejeta, Charo Amador, Fernando Sendino, Isabel Rodes, Rafael Ortiz, Cristina Adúa, Toni Agustí, José Luis Massó, José Vicente Ramos, Jorge Bedoya, Guillermo Serrano. Escenografía: Carolina González. Vestuario: Lorenzo Caprile. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Música: Janácek/Vasco.


De un personaje sin carisma, moralmente malo y reprobable, de pensamiento retorcido, de espíritu venenoso y de cuerpo deforme, Arturo Querejeta erige un monumento a la interpretación. Este Gloucester/Ricardo III quedará en la historia del teatro como un modelo de actuación que aúna un sinfín de registros expresivos que van desde la excelente dicción, con todos los tonos que modulan el matiz significativo de la palabra y de la frase, a la abundancia de gestos y la expresión corporal en su conjunto. En Querejeta nada es impostado y, si lo es, no lo parece.

            Yolanda Pallín en la versión de esta Tragedia del rey Ricardo III y Eduardo Vasco en la dirección han realizado un trabajo de orfebrería con el texto de Shakespeare, para servir en bandeja un producto escénico exquisito. La delicadeza y la finura con la que han desbrozado el material “gore” del texto original viene a ser como -permítaseme la metáfora- ofrecer bordado en seda lo que antes era cañamazo.

            Ricardo III es en el fondo una simple intriga palaciega en la que el ansia de poder todo lo trabuca. Alguien tiene el poder, y hay otro que quiere quitárselo, y allí es cuando empiezan los líos. El relato de la historia, no es necesario anclarlo en el tiempo real (desde luego en esta versión que dirige Eduardo Vasco el tiempo de la acción es ahistórico en las formas aunque los personajes nos remitan a momentos de la historia de Inglaterra), se puede sintetizar en el siguiente argumento: Tras una larga guerra civil, Inglaterra disfruta de un periodo de paz bajo el reinado de Eduardo IV. Ricardo, duque de Gloucester, tras relatar la manera en que se ha producido la ascensión al poder de su hermano, revela su envidia y sus ambiciosos deseos. Él, jorobado y deforme, no se conforma con su estado y planea conseguir el trono a cualquier precio, eliminando todos los impedimentos que pueda encontrar en el camino. No tiene empacho en eliminar a sus dos hermanos con tal de llegar al trono. Pero la lista de atrocidades se suceden. Se casa con la viuda de su antiguo enemigo, manda matar a sus sobrinos, extermina a los cortesanos que le estorban, y al final se queda más solo con sus demonios interiores. Y, tras la aparición de algo tan clásico en el teatro shakesperiano como el mundo fantasmal, que le trae malos augurios, se produce la rebelión de sus agraviados y la batalla de Bosworth, en la que Ricardo es derrotado y muere, y en cuya escena se pronuncia una de las frases más archiconocidas del teatro: “Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo”.
            Rey y villano, Ricardo, ambicioso desmedido, hipócrita, enredador sin escrúpulos, intrigante, mentiroso por interés, de carácter vigoroso pero poco sutil, es el símbolo del poder absoluto desalmado que genera soledad, desasosiego y unas pesadillas que le persiguen pero no le vencen, pues su naturaleza es más fuerte que su conciencia torturada. Y todo símbolo lleva consigo algo de lección que nos enseña a conocer el corazón humano.
            Esta propuesta teatral del grupo Noviembre es muy contemporánea en toda su concepción dramatúrgica sobre la base de un texto clásico (refinado, como dije antes) de una indiscutible universalidad y vigencia, aunque en esta ocasión no se quiera hacer expresionismo realista de esa vigencia, como sí se ha producido en otras versiones recientes. Aún así se puede hacer una traslación a la situación del mundo actual, donde la intriga desde los fondos oscuros provoca que los cadáveres políticos se sucedan y donde la adulación y la traición suelen ir de la mano.
            La dirección impecable y de una elaborada sabiduría de Eduardo Vasco origina que cada detalle, cada movimiento, cada gesto, cada acorde musical, cada canción, cada transición, cada mudarse de unos personajes a otros, cada fraseo, cada diálogo…sirva para elaborar e innovar un plato teatral a la altura de lo mejor que se haya cocido en El Bulli, valga la comparación.
            La interpretación coral sobresaliente, con un trabajo minucioso. Me encanta la manera de decir clara y la entonación, que rompe un poco algunos esquemas muy extendidos, en los que las oraciones no parecen acabar nunca con los finales en suspensión en vez de en las normales cadencias o anticadencias propias de su modalidad. Huelga repetir las alabanzas ya escritas a la creación que realiza Arturo Querejeta.
            En una escenografía funcional, donde los elementos como la maleta, los baúles o las cajas, además de funcionar como delimitadores de contextos espaciales, se llenan de significados trasladados (metonimias), se desarrolla esta dramaturgia, en la que la iluminación y la música, instrumental y cantada, son elementos clave para definir aspectos del mensaje. Así mismo, los figurines de Lorenzo Caprile aportan equilibrio, singularidad y elegancia y yo diría que también comodidad para los actores y actrices.
            En suma, la compañía Noviembre nos ha obsequiado con uno más de sus excelentes montajes shakesperianos. Teatro del grande este Ricardo III, que ha resultado un espectáculo inteligente, refinado, divertido (sí, divertido), intenso, ágil, entretenido, reflexivo y aleccionador, construido con tal maestría que convierte la profundidad de un clásico en una función popular.
            El público en pie, que han gozado sobradamente en el Teatro de Rojas, ha gritado más ¡bravo! que nunca y ha obligado con sus aplausos a que los actores salgan a saludar media docena de veces.

¡Mi reino por un caballo! Ricardo III: el poder sin escrúpulos

Título: Ricardo III. Autor: William Shakespeare. Versión: Yolanda Pallín. Compañía: Noviembre. Dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Arturo Querejeta, Charo Amador, Fernando Sendino, Isabel Rodes, Rafael Ortiz, Cristina Adúa, Toni Agustí, José Luis Massó, José Vicente Ramos, Jorge Bedoya, Guillermo Serrano. Escenografía: Carolina González. Vestuario: Lorenzo Caprile. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Música: Janácek/Vasco.


De un personaje sin carisma, moralmente malo y reprobable, de pensamiento retorcido, de espíritu venenoso y de cuerpo deforme, Eduardo Querejeta erige un monumento a la interpretación. Este Gloucester/Ricardo III quedará en la historia del teatro como un modelo de actuación que aúna un sinfín de registros expresivos que van desde la excelente dicción, con todos los tonos que modulan el matiz significativo de la palabra y de la frase, a la abundancia de gestos y la expresión corporal en su conjunto. En Querejeta nada es impostado y, si lo es, no lo parece.

            Yolanda Pallín en la versión de esta Tragedia del rey Ricardo III y Eduardo Vasco en la dirección han realizado un trabajo de orfebrería con el texto de Shakespeare, para servir en bandeja un producto escénico exquisito. La delicadeza y la finura con la que han desbrozado el material “gore” del texto original viene a ser como -permítaseme la metáfora- ofrecer bordado en seda lo que antes era cañamazo.

            Ricardo III es en el fondo una simple intriga palaciega en la que el ansia de poder todo lo trabuca. Alguien tiene el poder, y hay otro que quiere quitárselo, y allí es cuando empiezan los líos. El relato de la historia, no es necesario anclarlo en el tiempo real (desde luego en esta versión que dirige Eduardo Vasco el tiempo de la acción es ahistórico en las formas aunque los personajes nos remitan a momentos de la historia de Inglaterra), se puede sintetizar en el siguiente argumento: Tras una larga guerra civil, Inglaterra disfruta de un periodo de paz bajo el reinado de Eduardo IV. Ricardo, duque de Gloucester, tras relatar la manera en que se ha producido la ascensión al poder de su hermano, revela su envidia y sus ambiciosos deseos. Él, jorobado y deforme, no se conforma con su estado y planea conseguir el trono a cualquier precio, eliminando todos los impedimentos que pueda encontrar en el camino. No tiene empacho en eliminar a sus dos hermanos con tal de llegar al trono. Pero la lista de atrocidades se suceden. Se casa con la viuda de su antiguo enemigo, manda matar a sus sobrinos, extermina a los cortesanos que le estorban, y al final se queda más solo con sus demonios interiores. Y, tras la aparición de algo tan clásico en el teatro shakesperiano como el mundo fantasmal, que le trae malos augurios, se produce la rebelión de sus agraviados y la batalla de Bosworth, en la que Ricardo es derrotado y muere, y en cuya escena se pronuncia una de las frases más archiconocidas del teatro: “Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo”.
            Rey y villano, Ricardo, ambicioso desmedido, hipócrita, enredador sin escrúpulos, intrigante, mentiroso por interés, de carácter vigoroso pero poco sutil, es el símbolo del poder absoluto desalmado que genera soledad, desasosiego y unas pesadillas que le persiguen pero no le vencen, pues su naturaleza es más fuerte que su conciencia torturada. Y todo símbolo lleva consigo algo de lección que nos enseña a conocer el corazón humano.
            Esta propuesta teatral del grupo Noviembre es muy contemporánea en toda su concepción dramatúrgica sobre la base de un texto clásico (refinado, como dije antes) de una indiscutible universalidad y vigencia, aunque en esta ocasión no se quiera hacer expresionismo realista de esa vigencia, como sí se ha producido en otras versiones recientes. Aún así se puede hacer una traslación a la situación del mundo actual, donde la intriga desde los fondos oscuros provoca que los cadáveres políticos se sucedan y donde la adulación y la traición suelen ir de la mano.
            La dirección impecable y de una elaborada sabiduría de Eduardo Vasco origina que cada detalle, cada movimiento, cada gesto, cada acorde musical, cada canción, cada transición, cada mudarse de unos personajes a otros, cada fraseo, cada diálogo…sirva para elaborar e innovar un plato teatral a la altura de lo mejor que se haya cocido en El Bulli, valga la comparación.
            La interpretación coral sobresaliente, con un trabajo minucioso. Me encanta la manera de decir clara y la entonación, que rompe un poco algunos esquemas muy extendidos, en los que las oraciones no parecen acabar nunca con los finales en suspensión en vez de en las normales cadencias o anticadencias propias de su modalidad. Huelga repetir las alabanzas ya escritas a la creación que realiza Arturo Querejeta.
            En una escenografía funcional, donde los elementos como la maleta, los baúles o las cajas, además de funcionar como delimitadores de contextos espaciales, se llenan de significados trasladados (metonimias), se desarrolla esta dramaturgia, en la que la iluminación y la música, instrumental y cantada, son elementos clave para definir aspectos del mensaje. Así mismo, los figurines de Lorenzo Caprile aportan equilibrio, singularidad y elegancia y yo diría que también comodidad para los actores y actrices.
            En suma, la compañía Noviembre nos ha obsequiado con uno más de sus excelentes montajes shakesperianos. Teatro del grande este Ricardo III, que ha resultado un espectáculo inteligente, refinado, divertido (sí, divertido), intenso, ágil, entretenido, reflexivo y aleccionador, construido con tal maestría que convierte la profundidad de un clásico en una función popular.
            El público en pie, que han gozado sobradamente en el Teatro de Rojas, ha gritado más ¡bravo! que nunca y ha obligado con sus aplausos a que los actores salgan a saludar media docena de veces.