miércoles, 28 de febrero de 2018

Sinfonía de colores de Begoña Summers

La reconocida pintora Begoña Summers presenta una muestra de sus últimas obras en la sala de exposiciones del Ateneo de Madrid (calle del Prado, 19), entre los días 18 y 29 de este mes de diciembre.

Begoña Summers ama la música y le encanta pintar músicos en el desempeño de su arte. También le gusta contemplar la naturaleza o las calles, las imágenes que reflejan los espejos, el mar y el puerto, el cielo de amplios horizontes, los veladores de un bar con gente, un escaparate, el abigarrado mundo de un circo, la amplitud panorámica de las ciudades o los tejados que las cubren. Y todo es lo que es, pero resuelto en sutiles líneas y llamativos colores, que trascienden la realidad que representan y evocan estados de ánimo y emociones optimistas. Cuando trabaja en el taller, en una mano tiene la paleta de colores, en la otra el pincel y en el aire siempre la música. Antes de posar el pincel sobre el lienzo lo impregna con el pigmento limpio, con el armónico sonido, con la imaginación, con los recuerdos y con la voluntad de lo que busca representar. Y al final queda la obra, el arcoíris de una sinfonía de colores.

En la pintura de Summers la realidad se percibe en la composición, sin embargo quizá importe más que su comprensión analítica la experiencia emocional, el mundo interior y la evocación de esa realidad que la pintora transmite. No me parece que la artista sea un mero testigo de lo que contempla con los ojos y cuyas impresiones traspasa, a través de su mano, al cuadro, sino que se graba algo de ella misma en cada pincelada, en cada elección de color puro, en cada azul, rojo, verde, naranja o amarillo. Tampoco fragmenta con sus líneas precisas, no siempre rectas, el entorno que ofrece, cuya perspectiva es muy razonable. En el fondo, es como si quisiera acercarse a la realidad amable y, a la vez, distanciarse de ella para reinterpretarla y envolverla con la capa evanescente de las emociones personales. En su pintura, por tanto, importa lo que se ve y la sensación que esa imagen deposita en el interior de quien la pinta y también de quien la contempla. Quizá no sea pretencioso afirmar que en estas obras de colores y líneas se recrea lo real, el objeto, en su ser físico y espiritual; y en ese sentido, Begoña Summers es como el demiurgo, el artista creador, que insufla el alma a las formas, con el fin de que tengan vida y no solo sean pura representación.

Cuando me pongo delante de un cuadro de Summers, siempre pienso en la apasionada confianza en la libertad creativa de la artista, tan necesaria para poder expresar sin trabas su visión personal del mundo que alcanza con sus ojos, y, por supuesto, me lleva a recordar a Kandinsky, quien tanto hizo por relacionar sinestésicamente la música y la pintura. Pienso que hay algo de expresionismo en lo que veo, desde el momento en el que aprecio que el papel de lo descriptivo se reduce sin anularse, que la imaginación y la emoción de la pintora se fortalece y que el color, los colores puros, y la línea se potencian como formas de expresión. Y me fijo también en el estudio de la luz y esa aproximación fértil e inmediata de color ejecutada con tanta frescura. Y no olvido su manera de crear, que no es otra que la de tomar apuntes y dibujos del natural, para luego realizar un concienzudo trabajo de reflexión y acción en el estudio y alcanzar el objetivo definitivo, la obra en sí terminada. Expresión, sí; pero impresión y alma también. El pincel intermedia ente el corazón y la obra lo mismo que el arco del violinista intermedia entre el corazón del músico y la interpretación. Todo un universo de conceptos, vivencias y detalles  confluye en la permanente melodía de un arte singular y un estilo definido, propio de quien sabe el oficio y los avatares de su historia, de quien domina las técnicas con maestría y de quien tiene la vena creativa para definir su yo artístico.
En suma, la obra de Begoña Summers, pintada con el corazón y la cabeza, posee franqueza, fuerza, habilidad, elegancia y algo muy importante, en el convulso mundo en el que vivimos, la sensibilidad para favorecer la felicidad de quien la mira.
La exposición en el Ateneo de Madrid es una buena ocasión para apreciar el buen hacer de una artista de éxito.

GREGORIO MARAÑÓN: UN DOCTOR HONORIS CAUSA REIVINDICATIVO

La Universidad de Castilla-La Mancha ha investido como doctor honoris causa a Gregorio Marañón y Bertrán de Lis. Méritos le sobran. El currículum que atesora es de impresión. Lo social, lo político, lo económico y lo cultural se entretejen en una vida plena. Cualquiera diría, leyendo su semblanza en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, que estamos ante el poema de  Kavafis en el que escribe: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias”,  y que el poeta estaba estaba pensando en el toledano de adopción. Pero, entre todas las experiencias y los honores, hay unas que siempre lleva viento en popa: la cultura, la toledanidad y la defensa de Toledo. Y, siguiendo el siempre eterno y universal poema del griego de Alejandría, Marañón nunca temió ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón. Y no los temió, si estuvieron fuera acechando, porque su pensar es elevado y noble la emoción que toca su espíritu.
Labor de este artículo no es la de realizar la laudatio, que ya la hizo muy pormenorizada el director de la Escuela de Arquitectura de Toledo, la impulsora del nombramiento como doctor. Sí quiero añadir mi opinión para justificar el merecimiento de este doctorado por causa de honor en una persona, que, además de la trayectoria objetiva reconocida, es un símbolo, especialmente en Toledo. Con los hechos y escritos de Marañón en lo que atañe a la salvación de la Vega Baja toledana, el más rico yacimiento arqueológico de la época visigótica, podemos afirmar que la cultura vence a la especulación. Y con esa batalla, capitaneada por él y seguida por algunos otros, Toledo ha salido ganando en valores históricos y patrimoniales. La historia milenaria iba a ser sepultada bajo los sótanos de miles de viviendas y el paisaje toledano, que también estaba preservado desde la declaración de la UNESCO como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, quedaría adulterado en su esencia. Un discurso ante el rey Juan Carlos, la ministra de Cultura, Carmen Calvo, el presidente de la Junta, José María Barreda, y el alcalde de la ciudad, José Manuel Molina, a lo que se añadió un artículo en El País y la anuencia y rápida respuesta administrativa del presidente de Castilla-La Mancha, lograron parar lo que parecía imposible.
No me ha extrañado en absoluto que Gregorio Marañón y Bertrán de Lis haya dedicado la mayor parte de su discurso en el acto de investidura, tras la imposición del birrete y la entrega de los atributos, ya como doctor honoris causa, a la Vega Baja toledana. Además, como todos sabemos, el asunto sigue sin cerrarse legalmente y hay que mantenerse vigilante. Por ello, acaso, él ha seguido reivindicando muy claramente un acuerdo político y social para salvar de manera definitiva esa zona tan importante para la ciudad y para la historia. Toledo, tras años de sentencias contra el viejo POM, tiene que realizar un nuevo Plan de Ordenación Municipal; y es en ese marco en el que Marañón ha exigido que se reunifiquen y redefinan los cuatro Bienes de Interés Cultural que coinciden en el perímetro: la Fábrica de Armas (hoy campus universitario), el Cristo de la Vega, el Circo Romano y la Vega Baja. No es habitual que en un acto académico formal y protocolario, como es el de la investidura de doctores honoris causa, se denuncien actuaciones políticas sin tapujos y se diga, como Marañón ha dicho de la Vega Baja, que fue “un proyecto inmobiliario sin más ambición que la del enriquecimiento”. Esto nos lleva a pensar que el doctor por la Universidad de Castilla-La Mancha está fino de mente, mantiene la capacidad crítica y, por su situación y sus años, no le teme a nada ni a nadie, ni al colérico Poseidón ni a los cíclopes ni a los lestrigones. Pero no quiere estar solo clamando en el desierto y ve necesario que la ciudadanía, libre de ataduras e intereses, tome el testigo y se movilice.
Y por cerrar con el mismo viento que comencé, seguiré parafraseando al gran Constantino Kavafis y le diré a Marañón que tenga siempre Toledo en su mente. Llegar a ella es su destino. Mas que no apresure nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atraque, viejo ya, en la isla peñascosa. Y que recuerde que Toledo le brindó tan hermoso viaje. Sin ella, y sin el espíritu del cigarral, no habría emprendido el camino. Y aunque a la vuelta quizá la halle aún pobre y sin haber resuelto el mal de siglos, que tenga la seguridad de que el pueblo de Toledo no le habrá engañado. Así, ya en casa, sabio, contemplando desde el mirador el perfil de la ciudad, con tanta experiencia, entenderá que la eternidad de Toledo y su esperanza residen en la cultura.